viernes, 7 de mayo de 2010

FRAGMENTOS -

ESOS PEQUEÑOS DETALLES

Era un día sofocante, había comenzado a caminar dos horas antes que los primeros rayos de sol comenzaran a aparecer por el este y mi cuerpo comenzaba a acusar el cansancio después de seis horas caminando. La difícil jornada que estaba afrontando, suponía al menos doce horas de caminata para salvar los cuarenta kilómetros que me había propuesto hacer, no me quedaba más remedio ya que entre el punto de origen y el destino no encontraría ningún lugar habitado.
Hacía las doce, cuando el sol se encuentra en su punto más próximo a la tierra, en las llanuras extremeñas, la temperatura supera los cuarenta grados y el caminar comienza a hacerse monótono y aburrido. Las amplias extensiones de tierra en las que no hay ninguna ondulación en el terreno hacen que el horizonte sea infinito y jamás llegas a alcanzar algún punto de referencia que puedas marcarte como objetivo.
La monotonía del terreno, únicamente tierra y polvo, tampoco ofrecen ninguna oportunidad donde poder hacer un alto en el camino para recuperar las fuerzas que se van perdiendo, ya que no encuentras ninguna piedra en la que poder sentarte, debieron arrasar con todas los romanos cuando construyeron su calzada, tampoco logras ver una sombra en la que poder protegerte de los inclementes rayos de un sol que parece desprender con rabia toda su energía.
Únicamente cuento con un sombrero de paja que cubre mi cabeza y por las diminutas juntas que entrelazan los juncos, permite que la humedad que se va concentrando en el pelo, pueda escapar y se vaya renovando el viciado aire que se acumula en el cono del sombrero.
El fuerte reflejo de la luz, hace que la visión no soporte tanta claridad, por lo que fijo los ojos en la puntera de las botas y dejo que el sol me vaya dando en el cogote que ya esta negro y puede soportarlo mejor.
La monotonía se rompe con el zumbido de las txitxarras, resulta sobrecogedor como docenas o centenares de estos insectos mueven de forma rítmica y vigorosa sus alas para airear sus diminutos cuerpos y protegerlos del abrasador sol.
Cuando el sonido de los insectos se va quedando atrás, vuelve la monotonía, cada minuto se hace eterno y a pesar que sigo caminando, parece que no logro avanzar ya que cuando levanto la vista y observo el terreno que me rodea es el mismo que la ultima vez que lo hice, cientos o miles de metros más atrás.
Tratando de mantener mi mente ocupada voy pensando en infinidad de cosas, pero al final logran aburrirme porque son pensamientos que ya he tenido antes, unas horas atrás o quizá fue el día anterior, no lo se porque estos últimos días me han parecido iguales y se van mezclando en mi mente y en lugar de formar recuerdos se han convertido en una aglomeración de imágenes y vivencias que no consigo ubicarlas en el tiempo.
La paja del sombrero que esta más próxima a mi cabello, esta completamente húmeda, cuando esta se concentra con el sudor que brota de los poros de la frente y de la cabeza, se va acumulando y la gravedad la va dirigiendo hacia la frente como si fuera una gran cascada hasta que encuentra el freno de la muralla de pelos que forman las cejas, nuevamente busca el terreno más propicio para ir decantándose y por la parte superior de la nariz se va precipitando hasta que consigue formar una gran gota que durante unos instantes permanece haciendo equilibrio en la punta de la nariz y cuando su peso le permite ya desprenderse, titubeante se abalanza hacia el suelo hasta estrellarse en el polvo del camino, con gran violencia levanta en forma de corona el ligero polvo sobre el que impacta dejando un diminuto cráter.
Una vez que se ha desprendido la gota de sudor comienza de nuevo el proceso, lo cual me parece divertido porque una de las virtudes que tiene el camino es darnos la oportunidad de poder pensar en las cosas intranscendentes con las que habitualmente no tenemos tiempo ni para considerarlas. Comienzo a calcular la duración del proceso; uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve,…. ya va deslizándose por la frente. Veinte, veintiuno, veintidós,…, las pestañas concentran y frenan el liquido que se ha acumulado y comienza a deslizarse por la nariz, cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y dos, la nariz es como un trampolín con una acusada pendiente; cincuenta, cincuenta y uno, la gota se va haciendo más gruesa; cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco, observo su caída y como se estrella con ímpetu en el suelo.
Resulta interesante, la formación de una gota de sudor ha tardado cincuenta y cinco segundos desde que ha comenzado a formarse, hasta que se ha desvanecido mezclándose con el polvo del camino. Ha transcurrido casi un minuto y no me he dado cuenta, eso quiere decir que si camino a una media de cuatro kilómetros a la hora, en un minuto he recorrido 66 metros casi sin darme cuenta. Vuelvo a repetir la operación, uno, dos, tres,…….cincuenta y uno, cincuenta y dos, en esta ocasión la gota de sudor ha tardado tres segundos menos en llegar a su destino, pero a la ves también el mío se esta acortando con mi mente ocupada, no en el sufrimiento de la etapa sino en la evolución de una gota de sudor que busca el fatal destino de desaparecer una vez que haya logrado su mayor esplendor.
Los kilómetros van pasando y ya las gotas parecen verdaderas atletas con un buen entrenamiento, cuando consigo llegar al record de cuarenta y un segundos estoy viendo al final del horizonte la torre de la iglesia de mi soñado destino y hago los últimos metros dando las gracias a una gota de sudor que me ha permitido que no cayera en la monotonía y me ha ayudado a conseguir mi objetivo.
Si en la vida diéramos el verdadero valor a los pequeños detalles, quizá podríamos llegar a comprender que a veces los problemas se pueden solucionar teniendo en cuenta esas pequeñas cosas a las que no damos importancia.

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