martes, 6 de abril de 2010

FRAGMENTOS

Bueno pues voy a dedicar una sección de mi blog, que se llamara FRAGMENTOS para publicar pequeñas historias de un gran peregrino que conozco, se llama José Almeida, escribe sobre sus vivencias en el Camino de Santiago tanto como peregrino como hospitalero ( persona que dirige un albergue). Espero y deseo que sus historias del gusten tanto como a mi.


Un corazón roto

La diferencia de edad nunca fue un obstáculo para que entre ellos hubiera una complicidad desde que muy pequeña se sentaba en las piernas de su padre y con grandes ojos de admiración escuchaba siempre las historias que este le contaba.
Los años fueron pasando y la admiración fue creciendo, esta llego a ser mutuo ya que Meter sentía verdadera devoción y respeto por el esfuerzo que Joana hacia para abrirse un espacio en la vida, ella veneraba los desvelos de su progenitor para que a su familia no le faltaran las cosas más elementales que en la vida se pueden necesitar.
Cuando su pelo se volvió plateado, llego la hora del descanso, ya había trabajado lo suficiente para tener un retiro merecido que le permitiera descansar y disfrutar cuando llegaran los nietos a los que se imaginaba sentándolos en sus rodillas, contándoles las mismas historias que embelesaron a Joana.
Pero el destino a veces juega malas pasadas, un día cayo en sus manos una publicación que le hablaba de un camino mágico de estrellas que a través de un país lejano llegaba hasta el fin del mundo.
Su mente adulta se volvió infantil, comenzó a soñar, se veía caminando por el sendero mágico y todas las historias que invento hace muchos años para contarle a su hija, no solo volvía a revivirlas, sino que era el protagonista de ellas.
Fue rumiando como podía afrontar el rechazo de los suyos cuando les expusiera que deseaba ver cumplidos sus sueños, un día se armo de valor y dijo que seguiría lo que su instinto le aconsejaba.
Los reproches que su hija le lanzo, se los esperaba, pero jamás imagino que fueran tan agresivos y críticos, aunque pensándolo bien, Joana tenía razón, aun no era un anciano pero estaba cerca de llegar a esa fase de la vida y no tenia las mejores condiciones para llevar sobre su espalda una mochila con todas sus pertenencias y lanzarse a una aventura absurda para su edad.
Pero Meter no era de los que se amedrentan ante las adversidades y en la vida solo le quedaban por cumplir los pocos sueños que mantenía y no pensaba renunciar a ellos.
Un radiante día de mayo se despidió de Joana ante la amenaza de esta de no volver a verlo jamás ya que cuando regresara no la encontraría en casa.
Unas lágrimas fueron resbalando por sus arrugadas mejillas mientras daba la espalda a Joana, la niña por la que hubiera dado su vida veía como no le comprendía y le rechazaba, aquello casi le rompe el corazón pero sabía que si no cumplía su sueño se arrepentiría todos los días que le quedaban de vida.
Una vez en el camino, el espíritu de Meter cambio, se le veía jovial, era uno más de los muchos peregrinos que se encontraban en la ruta y se sentía el hombre más feliz del mundo, solo una sombra de amargura cada vez que se acordaba de su hija ensombrecía su animo, pero pensó que la unión que entre ellos había jamás se podrid romper y a su regreso cuando Joana viera su felicidad volverían a ser los mismos de antes.
Cada jornada era más dichosa que la anterior, su corazón rebosaba de alegría y su alma se sentía transportada a los personajes de las historias que Joana escuchaba de pequeña con esos enormes ojos que relucían como estrellas.
Tras dejar atrás el Irago, su corazón no pudo albergar tanta euforia y estallo en mil pedazos convirtiéndose desde ese momento en una estrella más que guía a los peregrinos.
Joana no podía creérselo, cuando viajo para hacerse cargo del cuerpo de su padre, al reconocer el cadáver que se encontraba sobre una mesa de mármol veteado del tanatorio del pueblo, ante aquel cuerpo frío e inerte quiso volcar todos los reproches y la rabia que había acumulado desde que le dieron la noticia, pero no pudo, al contemplar su rostro sereno que irradiaba felicidad solo pudo abrazarlo y derramar muchas lagrimas sobre el rostro de aquella persona que había sido el centro de su universo, quien le había dado todo el cariño y el amor que se puede desear.
Algunos peregrinos que caminaban con Meter, no reiniciaron la siguiente jornada, se quedaron para decirle adiós, Joana comprobó lo querido que era su padre por gente que hacia pocos días que le conocían, pero le hablaban de sus virtudes, esas que Joana en muchos años que vivió a su lado no supo encontrar.
Le llamo la atención como peregrinos que habían conocido a su padre dos días antes del fatal desenlace, le conocían mejor que los amigos de toda la vida que había dejado en su país, aquello la llego a inquietar y tras dos días de reflexión decidió terminar el camino que su padre no pudo completar, seria su tributo para realizar su sueño.
Con la credencial y la mochila de su padre, tras proveerse de las cosas necesarias, decidió continuar con la planificación que Meter llevaba en una pequeña libreta que guardaba en la mochila.
Ahora comenzaba a sentir ay a comprender el gesto que vio en el rostro de su padre en la morgue, no podía entender como a pesar de las adversidades de los últimos días, era feliz y contagiaba con esa felicidad a quienes caminaban cada día a su lado.
Los pocos días que paso en el camino hasta que la mar freno su avance, fueron tan intensos que le parecía que había vivido una nueva vida, quería transmitir las sensaciones acumuladas pero nunca encontraba las palabras precisas que pudieran expresar lo que su cabeza quería decir.
Cuando terminó de caminar, hizo una gran hoguera junto al mar y quemo todas las pertenencias de Meter, también incluyo algunas prendas suyas como si en un ritual quisiera que se fusionaran los espíritus de los dos.
Mientras el fuego se consumía, una idea cruzo su mente, ya nada le unía a su país, quizá el destino ha sido quien le llevo a ver que hay otra forma de encontrar la felicidad, tras meditarlo toda la jornada, decidió regresar al pueblo en el que Meter falleció y ofrecer su colaboración en el albergue para recibir a los peregrinos que cada día llegaban, dándoles su hospitalidad y un poquito del cariño y el amor que ahora rebosaban en ella.
Llego a ser muy feliz, tanto como no lo había sido nunca, durante el día no paraba en el albergue haciendo que el descanso de los peregrinos fuera completo y cuando a las diez de la noche se apagaban las luces, en la oscuridad, solo iluminada con la luz que desprendía el fuego de la chimenea, se sentaba en la mecedora de ébano y sentía como los brazos de Meter la rodeaban y volvía a escuchar las historias que de niña tanto la habían maravillado.
Almeida

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