En este apartado de EDUCAR EN VALORES, voy a ir poniendo una serie de parábolas extraídas de un libro de D. ANTONIO PÉREZ ESCLARÍN el comenta en su introducción que " ofrece nuevos relatos, cuentos, parábolas, con la intención de que ayuden a los lectores a plantearse en serio una vida en plenitud. Hoy en día, la mayoría de las personas no se atreve a vivir, a ser alfareros de sí mismos, sino que son vividos por los demás: costumbres, propagandas, modas, el qué dirán... Formarse no es meramente aprender nuevas cosas, sino que fundamentalmente es aprender a vivir, lo que implica un proceso de asumir con radicalidad la propia construcción y
la permanente dignificación. Se trata de ayudar a nacer la persona que todos llevamos dentro. Por eso, educar es ayudar al alumno a conocerse, valorarse y emprender el camino de su propia realización con los demás, en libertad y responsabilidad.
la permanente dignificación. Se trata de ayudar a nacer la persona que todos llevamos dentro. Por eso, educar es ayudar al alumno a conocerse, valorarse y emprender el camino de su propia realización con los demás, en libertad y responsabilidad.
Días después de la publicación de cada parábola habrá una pequeña reflexión sobre ella.
EL VIENTO Y EL SOL
Hace muchísimos años, cuando todas las cosas tenían vida e incluso hablaban, el sol y el viento se pusieron a discutir sobre cuál de los dos era más fuerte.
La discusión fue subiendo de tono, pues cada uno de ellos estaba super convencido de su superior fortaleza. Estando en plena pelea, vieron que, debajo de ellos, caminaba plácidamente un hombre y decidieron probar con él sus fuerzas.
-Vas a ver cómo me lanzo contra él –dijo el viento-, y le quito el abrigo.
Dicho esto, el viento comenzó a soplar con todas sus fuerzas. El hombre, al sentir contra su cuerpo los manotazos del viento, dobló los brazos sobre el abrigo para protegerse mejor y se alejó apresuradamente maldiciendo.
El viento se encolerizó más todavía y trajo una fuerte lluvia contra el hombre que, en vez de soltar el abrigo, trataba de cubrirse con él lo mejor que podía. Después, el viento descargó contra él una inclemente nevada y lo único que logró fue que el hombre se acurrucara más y más debajo de su abrigo.
-Nadie le puede quitar el abrigo –dijo el viento con despecho.
-Eso lo veremos ahora –dijo el sol calmadamente, y sacando su mejor sonrisa entre dos nubes doradas, comenzó a brillar cada vez más y a lanzar mansamente a la tierra su aliento. El hombre comenzó a sentir calor y a sudar, se desabrochó el abrigo y, al rato, se lo quitó.
-Acabas de ver cómo te he vencido –le dijo el sol al viento-. Yo he logrado con suavidad lo que tú no pudiste con toda tu violencia.
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